El delicado balance entre lo habitual y la esperanza. La tenue luz del conocimiento que avizoramos. La noche de ignorancias que nos precede. El lento pero urgente cambio con en el que deberemos de plantar los pies en la Tierra. El fin de un tiempo. El inicio de otro. La posibilidad de hacer lo correcto.
Las frases no bastan para detallar este puente generacional. Las décadas de 1900 y las anteriores vivieron bajo reglas que no funcionaron del todo. Los 2000 y sus horas podrían tatuar la diferencia entre la alquimia de los recursos no renovables, y la eterna, simple y gratuita energía del sol y el viento.
Hablamos de una renovada forma de habitar nuestra casa, de concebir el lenguaje, de crear. De movernos en vehículos eficientes y vivir en ciudades limpias. De imaginar que otra vida puede vivirse. De aprovechar las millones de gotas de cada tormenta. De incentivar las chispas locales en las diferentes industrias humanas. De innovar como pretexto para poblarnos de humor y calidad de tiempo vivido.
Hoy, los detractores del cambio global suelen esgrimir argumentos del siglo pasado: usos y costumbres que se arraigan como lapas.
En el intento de asirse a su realidad maquillada, no reparan en dos fundamentales: la sobrepoblación del planeta y la consecuente devastación de los recursos que alcanzaban para más o menos pocos hace una centuria, pero que merman para muchos en el presente.
A un click de distancia sabemos que Hugo Chávez, el mandatario venezolano de boina roja, lanza petrodólares a diestra y siniestra en su auge personal de empoderarse con un producto que inevitablemente desaparece. O que George Bush escarcea para sí la imagen de un “green leader” en su país, cuando en los ajenos firma con destrucción y guerra.
¿Para qué, entonces, impulsar la agenda del cambio global?
Los argumentos antiguos se parecen más a las paradojas. Pasamos de la comodidad a la insatisfacción en menos de lo que dura la luz roja del semáforo. Justo en ese instante nos pensamos prestos y arropados por automóviles hiperveloces, confiados en recorrer distancias cada vez más intransitables. Y al final del día comemos alimentos hinchados de nada. Rotundos jitomates de plastilina. Lechugas como hojas de papel de china.
Las nuevas reglas, en cambio, podrían ser más simples, reflexivas y meditadas.
Parte de esta innovación mental, el lado integral y proactivo de la situación, es lo que presenta el reciente documental de Leonardo Di Caprio, “The 11th. Hour”. Un trabajo a lo Hollywood cuando muestra el cambio climático y sus consecuencias devastadoras, pero planteando con ahínco la voz de especialistas y científicos.
“¿Todos estos cambios en la Tierra son permanentes?”, se pregunta Di Caprio.
“Son piezas que, conectadas, revelan una historia más grande que necesita ser contada; una historia humana que tome en cuenta quiénes somos y el estado de nuestra relación con este planeta, nuestra única casa. Nosotros ya estamos en una era ambiental, nos guste o no”.
jueves, 30 de agosto de 2007
LA HORA 11: CHANGE YOUR MIND
- GREENHOUSE
- Mexico
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