La de este fin de semana en Guadalajara, quizá fue una de las peores tormentas en muchos años.
Lo que la lluvia se llevó el domingo 22 por la tarde tuvo que ser lamentado: siete personas murieron en distintos puntos de la Ciudad y decenas de familias sufrieron pérdidas materiales.
Como siempre, resulta obvio pensar lo siguiente: los medios culpan a las actuales autoridades por su ineficiencia para lidiar con un fenómeno como el que azotó a Guadalajara. Y también le echamos un baldazo de agua fría a los ciudadanos por tapar alcantarillas y bocas de tormenta con las toneladas de basura que generan.
Pero no es la tormenta, porque seguirán cayendo mientras haya planeta.
El verdadero problema es esta tradición muy nuestra de ser cortoplacistas, lo que precisamente nos coloca una venda en los ojos. Así la Ciudad se vuelve ciega a lo que sucederá. Ciega y sorda para escucharse a sí misma. Ciega, sorda y sobre todo, inválida, para actuar en consencuencia.
¿Por qué se construyeron colonias como Ciudad del Sol y un centro centro comercial como Plaza del Sol justo arriba del cauce natural de arroyos de agua que antes iban a parar a los alrededores de la Expo Guadalajara y más allá?
¿Por qué, si la Ciudad se inunda históricamente, el Gobierno de Francisco Ramírez Acuña optó por pasos a desnivel subterráneos, afectando a los habitantes de zonas contiguas?
¿Por qué se siguen autorizando nuevo cotos residenciales en terrenos donde la factibilidad de inundación es alta?
¿De qué sirve un recorrido del Gobernador, Emilio González Márquez, por el área afectada?
Pensamos a corto plazo la planeación urbana y la vida cotidiana que deberían formularse a largo alcance.
Hace dos años, el arquitecto José Pliego, experto urbanista, consideraba que las profundas modificaciones a las vías públicas de Guadalajara sólo eran pildoras inmediatas para un cáncer mayor.
"En tanto lo que estemos dando sean reacciones a un problema determinado, sin una planeación global, vamos a seguir así: resolviendo el problema al mediano o corto plazo, pero no a grande plazo. Van a seguir siendo píldoras para la enfermedad", decía.
Por eso el precio de no escuchar al agua es también el precio que la Ciudad tiene que pagar por no escucharse a sí misma. Porque la Ciudad es un ente vivo, formada de otros microorganismos, ciudadanos, autos, colonias, centros comerciales, parques, espacios públicos.
Lo que resulta más lamentable en este asunto es que, a pesar hay voces expertas en visionar la Guadalajara del futuro, su opinión no es puesta en práctica.
Los investigadores de la UdeG, Javier Rentería y Abel Hugo Ruiz, presentaron hace poco un estudio titulado "Morfología de la Ciudad y Movilidad Intraurbana: Guadalajara al Borde de la Parálisis", donde revelan este cáncer, lo detallan.
Una de sus conclusiones señala que Guadalajara entrará en un periódo de parálisis urbana antes del 2020.
Ante este problema mayúsculo, no será ni con los costosos pasos a desnivel de la Administración panista, ni con el bombo y platillo de un Museo Guggenheim en la Ciudad, ni con las píldoras gubernamentales a problemas futuros, con lo que se resolverá la mente cortoplacista y la vida cotidiana del tapatío.
Tampoco ayudará el millón y medio de vehículos que circulan a diario por las calles de Guadalajara, ni el paso de peatones que no se respeta ni en raya amarilla, ni el magro servicio de un transporte público manejado por mafias de empresarios, políticos y sindicatos.
Hace falta quitarle la venda de los ojos a una Ciudad que pretende traer una franquicia museística a la Barranca, que construye un Centro Cultural Universitario enorme y costoso, que insiste en un estadio megalómano para las Chivas, y que presume una torre de telecomunicaciones espigada.
Hoy hace falta escuchar el curso del agua. De lo contrario, seguiremos pagando el precio de no atender el ritmo natural de la Ciudad.
Fotos: Notimex.
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